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Sinopsis
Andrea, Diana y Paula comparten un vínculo que desafía convenciones. Mientras Paula enfrenta el temor de su primera vez con pareja Diana, confía en su prima Andrea para ayudarla. Sin embargo, todo se sale de control y un malentendido fractura su amor.
En el rincón más íntimo del corazón de Madrid, entre callejones empedrados y el murmullo de la ciudad, se tejía una historia de amor que desafiaba los límites del tiempo y la convención. Andrea, Diana y Paula compartían un lazo que trascendía la sangre y se adentraba en el territorio sagrado del alma.
Andrea, con sus ojos claros y su sonrisa tímida, era la confidente de Paula, su prima. Desde la infancia, habían compartido secretos y momentos inolvidables, construyendo un vínculo inquebrantable. Paula, con su cabello rubio y su corazón rebelde, encontró en Diana la musa de sus suspiros. Diana irradiaba una belleza serena, con ojos profundos que guardaban historias y una sonrisa que disipaba las sombras.
El destino entrelazó sus caminos de manera caprichosa, como un juego de cartas lanzadas al viento. Paula y Diana, unidas por un amor ardiente, bailaban al ritmo de sus latidos, explorando el mundo con manos entrelazadas y promesas susurradas al oído. Sin embargo, en la oscuridad de la noche, Paula confesó a Andrea el temor que la acechaba: el miedo a defraudar a Diana en su primera vez juntas.
—No quiero arruinar este momento, Andy —susurró Paula, con la voz quebrada por la duda—. ¿Y si no sé qué hacer? ¿Y si me decepciona?
El corazón de Andrea se apretó con la pesadez del secreto compartido, pero en sus ojos brillaba una determinación silenciosa.
—No estás sola, Pau —respondió Andrea, con voz firme—. Haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte, podemos hacerlo las dos y así tomarás experiencia.
Paula se asombró e incluso dudó de esta idea tan descabellada, pero al final se sintió tentada y decidió hacerlo. Andrea aprovecharía y se quedaría una semana en casa de Paula.
Las noches se volvieron cómplices de sus susurros y confesiones, mientras el amor se entrelazaba con la complicidad. Andrea y Paula se sumergieron en un territorio desconocido, explorando la intimidad noche tras noche, con la delicadeza de quien descubre un tesoro oculto. Cada caricia, cada mirada, era un eco de la pasión que las unía.
Mientras tanto, Diana, ajena al pacto silente entre las primas, tejía sueños en los confines de su corazón. Sus ojos buscaban respuestas en los rincones oscuros de la noche, anhelando un vínculo más profundo con Paula, anhelando ese momento íntimo con ella, un puente que las uniera más allá de las palabras y los gestos.
Sin embargo, el destino es un tejedor de sorpresas, y su tela se entreteje con hilos de incertidumbre. Una tarde de primavera, los secretos que habían sido guardados con tanto celo se vieron amenazados por la luz del día. Un descuido de Paula, quebró el corazón de Diana como cristal en mil pedazos.
—¿Qué es esto, Paula? —exclamó Diana, con la voz temblorosa y mirada de asombro al encontrar por sorpresa a Paula y Andrea en ropa interior dándose un apasionado beso—. ¿Qué está pasando entre tú y tú prima?
Los silencios pesaron más que las palabras, y las lágrimas que se derramaron llevaron consigo el peso de la verdad.
—Lo siento, Diana —murmuró Paula, con la mirada perdida en el abismo—. No quería lastimarte, solo quería prepararme para ti y todo se salió de control.
El eco de sus palabras resonó en el silencio, llenando el espacio con la melodía triste de los corazones rotos. Diana se alejó, envuelta en el velo de la decepción, dejando tras de sí un rastro de recuerdos y promesas rotas.
El tiempo se convirtió en un testigo silente de su dolor, marcando los días con la huella de la ausencia y el eco de lo que pudo haber sido. Andrea y Paula se encontraron solas en la encrucijada del arrepentimiento, enfrentando las sombras que amenazaban con devorarlas.
—Lo arruiné todo, Andy —susurró Paula, con la voz quebrada por el remordimiento—. ¿Cómo puedo reparar algo que está tan roto?
El corazón de Andrea se estremeció ante la fragilidad de las palabras, pero en sus ojos brillaba una luz de esperanza.
—El amor no se mide en pedazos rotos, Pau —respondió Andrea, con voz suave—. Se encuentra en los fragmentos que aún podemos recoger.
Los días se convirtieron en semanas, y a pesar de lo sucedido, Andrea y Paula continuaban explorando sus cuerpos cada que tenían oportunidad, se habían vuelto adictas a estar juntas.
Una tarde de otoño, cuando llegaban a casa Paula y su prima, se encontraron con sorpresa que en la sala estaban esperando Diana y los padres de Paula. Diana le había contado todo a sus padres y allí fue donde todo terminó.
Andrea y Paula se vieron forzadas a tomar distancia, aunque fue doloroso para las dos, Paula supo que era lo correcto. ¿Pudo haber sido diferente? ¿Me equivoqué al explorar con mi prima? ¿Debería intentar regresar con Diana? son preguntas que no puedo responder y que quizá el tiempo me las pueda resolver.
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